HOLLYWOOD STYLE (2004)
Era hermosa y nadie podía negarlo: putamente bella y delineada. Sin entender la situación habíamos llegado a este punto donde un te amo se le escurrió de la boca. Nunca comprendí
el tiempo desperdiciado en esa inútil pausa interminable que durante años hizo,
en ese atragantarse con estas cinco letras,
teniendo en cuenta que estas
dos palabras representan la ramplonería sencilla y más usada que ofrece el lenguaje amoroso, pero su sinceridad parecía confirmada por las lágrimas que rayaban su rostro y que buscaban abrirse
camino hasta mi corazón. Evidentemente este tipo de asuntos solo podían ser tratados en los lugares más adecuados y escogimos el mejor: una sórdida cafetería
con algo de música en el fondo, muy banal para mi gusto. Durante tres horas acompañamos nuestro
drama con dos cafés y el silencio que
en ese instante final nos abrumaba, en contraste con el bullicio
que había cuando llegamos, me envalentonaba. Mi preocupación giró la mayoría
del tiempo alredor de su vestido, pero bueno, este tipo de cosas suelen suceder y no hay mancha que no
caiga con algo de lejía. Yo la
observaba desde mi insaciable soledad, una que en ocasiones se tornaba
incompleta. También pensaba en cada uno de los eventos que nos habían conducido
hasta aquí, y cuando al fin me recuperé del golpe que me produjeron sus
palabras, logré abrir los ojos para preguntarle:
- ¡Qué mierdas Diana! ¿Por qué esperar hasta aquí para decirme lo
que sientes?
Sus ojos, grandes como platos, nadaron en medio del agua que los ahogaba.
- ¡¡Eres un tonto!! ¿Cuántas cosas no he hecho por ti que demuestran lo que digo? Solo por nombrar la más boba: ¿te acuerdas
de aquella vez que llovía durísimo y te llevé el almuerzo en pleno aguacero? ¡Me agripé terriblemente!
Su llanto era implacable y sus manos se movieron con firmeza para
secar sus ojos. Honestamente ese comentario me alcanzó a doler: la recordé
llena de agua ese día, hasta la conciencia, pero enseguida desarmé el recuerdo y lo observe de lejos como un simple
salvavidas en la mitad del océano.
- Vamos Diana, sabes muy bien que yo hice lo mismo por ti
cientos de veces. ¿O no te acuerdas del idiota de Alfredo bajo otro aguacero
frente a la fábrica de telas donde trabajabas, hecho sopa para recogerte? ¡Y no fue la única vez! Por lo menos diez veces más
puedo contar. Sin embargo jamás te di a entender con eso que te amaba, yo
prefería decir las cosas en vez de dejarte intuirlas, mi querida
psíquica.
- Tú y tu horrible sarcasmo. ¿Dejarás de ofenderme?
Diana se calmó y guardó
silencio. Solía decir que mi sentido
del humor era bastante desagradable, aunque a veces
intentara ponerse a la par conmigo sin lograrlo porque de ingenio no tenía nada.
Eso sí, nunca podría negarle su inmenso carisma y su tierna terquedad. También le reconozco que en escasas
ocasiones se transformaba en ostra y desde el fondo de su cuerpecito sacaba una
perla de esas que me dejaban callado, con la
duda puesta entre enojarme por lo que había dicho o reírme por el excelente
apunte.
Así era Diana; simple pero esforzada.
Quizá fue eso lo que mató todo. No lo sé.
A veces me devanaba el seso pensando el tipo
de relación que podía tener una Bacterióloga y un Ingeniero
Civil. Era posible que algún día Diana necesitara un estudio de terreno para construir un hermoso
conjunto residencial dedicado al habitad de sus bacterias. O tal vez yo
buscaría la forma de que los
microorganismos que ella estudiaba me colaborasen con el levantamiento de
alguna estructura. En fin... ¡Las posibilidades eran ilimitadas!... Ja... ja...
ja...
Esto no quiere decir que
nuestras charlas fueran un atado de
insensatez, pero puedo asegurarles que no éramos un par de genios cambiando el mundo cuando nos
sentábamos en la cama a hablar. Además,
yo tenía ciertas ventajas cualitativas de formación intelectual que había
adquirido en mis años de estudiante y que traté de aplicar en una época
hippie-vallenatera de mi vida apenas salí del colegio. Ella era sencilla, nunca
le había interesado ir más allá de lo que podía tomar con sus dos manos
abiertas, haciéndola súper aburrida en muchas ocasiones. ¿O era ella
quien se aburría conmigo?
- Escucha bien Diana, espero no repetirlo más y ojalá sea el final
de esta charla: se acabó. Entiende que he
dado hasta donde pude, pero ya no queda más aquí. Eres hermosa, supongo que será fácil para
ti engancharte con alguien más así sea por la razón más superficial. No estoy
aquí sentado por ligerezas, he pasado mucho tiempo pensando en esto y ya tomé
mi decisión. Si lo piensas bien tengo
toda la razón. Buscar motivos para
seguir adelante ya me mama y las
pequeñas felicidades burguesas me parecen patéticas. Lo único que me quedaba
era tu amor, no sabes cuánto espere por ese momento, pero no fuiste capaz, ni
siquiera al final, de articular dos palabras con el alma.
- ¿No lo escuchaste? ¡Lo dije Alfredo! ¡Lo dije!
Sonreí animado y dije:
- Eso quisieras creer.
Diana no lo entendía, sus manos se convirtieron en dos nudos, sus
ojos brincaban sin sentido.
- ¿Y piensas que esta es la solución Alfredo? ¡No seas imbécil!
No dije nada, incluso me pareció graciosa la palabra. Imbécil:
tiene una resonancia simpática, más elaborado que el simple madrazo. Ser un
hijo de puta no es una culpa inherente a una persona en sí misma sino a la
madre que lo parió y su foma de vida, pero ser un imbécil no tiene más
culpables que uno mismo. Me parece peor que me digan lo segundo. Diana decubrió
que perder el control no la ayudaría y bajó su tono de voz.
- Por favor Alfredo, las cosas no deben terminar así. Te amo.
Realmente te amo. Perdona no habértelo
dicho antes, perdona no haberte valorado, perdona
por no pedir perdón, perdona por todo, pero por favor, no me dejes y menos de
esta forma.
- ¿Esa es tu solución
Diana? ¿Rogar durante unos segundos por algo que en tu maldito corazón no sientes? ¿A qué juegas Diana? ¿Estupidicemos a Alfredo? Lo siento
Dianita, pero lo que haga o deje de hacer ya no te importa.
Y llegó el final.
Diana parecía pérdida. Yo
me sentía satisfecho, como si acabara de ejecutar una gran obra musical, y no
pude evitar pensar en mi amado Cyrano, especialmente en la 4 escena del acto 1.
Tenía en mi cabeza las palabras que acaba de dispararle, acompañadas de una
musiquilla simpática que ningún hubiese logrado entender, diseñada para que la
mente frágil de Diana me comprendiera. (Música)
“Lo siento Dianita”, (música) “pero lo que haga o deje de hacer”, (música) “ya
no te importa” (fin del interludio). Sí, era una rima blanca y perfecta.
“Sinfonía N.° Calibre 35 en Yo Menor”.
La miré directo a los ojos sabiendo que esta sería la última vez que lo haría. Pronto partiría y la dejaría pegando recuerdos en su memoria como un collage mientras yo desaparecería.
- Diana, ya no más charla inútil, esto se acabó. Te agradezco que
hayas estado conmigo durante este tiempo y que me hayas hecho creer que alguien
podía amarme. No todo lo que pasó fue
malo, un poco de esperanza, así sea falsa, es
buena y tú me la diste. Deseo que te
vaya bien y que logres lo que quieras. Aprovecha el tiempo que te queda, eres libre, yo también lo seré, márchate.
Entonces me acerqué, me agaché un poco y la besé en la frente como hacen en las despedidas
hollywoodenses. Ella quedó de una pieza mientras más líneas gruesas de agua
iban a dar contra la mesa. Un caos espantoso se apoderó de nuestras almas sin necesidad
de mover un dedo. Justo en ese momento, cuando ya iba
a partir, y como si no hubiera más por decir, se levantó súbitamente de la mesa
y gritó:
- ¡Alfredo estoy esperando un hijo tuyo! ¡¿Cómo te atreves a
dejarme?!
La miré con compasión y le dije:
- Entonces al menos te quedará algo que puedas amar de verdad.
Y después de jalar el
gatillo sobre mi cabeza todo fue oscuridad.
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